La promesa electoral de poner orden
Por Pablo Mendelevich / Quizás el semáforo, que nació en 1868 en Londres, deba ser considerado un ícono del orden práctico. Se trata, como todo el mundo sabe, de un instrumento cuya esencia consiste en cerrarle el paso a unos y abrírselo a otros, en forma alternada, sin utilizar barreras físicas. Es, simplemente, una convención destinada a garantizar la circulación armónica de todos, cualquiera fuere la dirección que cada uno lleve. Ya se sabe que pasar un semáforo en rojo constituye una falta grave, por lo que quien la cometa recibirá una penalidad importante. Si es por reglas, la prestación metafórica, accesorio suplementario de este poste con tres luces de colores, no necesita ser explicada.