Sin culpa ni pena
Por Marcos Aguinis / En los Cuentos de Canterbury, el pícaro Geoffrey Chaucer narra la historia de Creso, un opulento rey de Lidia que hasta había suscitado la admiración del emperador Ciro, dueño de Persia. No solo tuvo Creso la suerte de acumular una enorme riqueza, sino que pudo salvarse de morir abrasado en un incendio gracias a una lluvia imprevista que apagó las llamas. Atribuyó a la Fortuna (su diosa favorita) el milagro. Entonces llegó a creerse invulnerable y se incrementó no solo su codicia, sino también su espíritu de venganza, incluso contra enemigos imaginarios. Soñó que estaba encaramado sobre un árbol magnífico, que era nada menos que Júpiter quien se encargaba de lavarle la espalda y los hombros. Como si no fuera suficiente, el luminoso Febo le alcanzaba una toalla. Feliz, pidió a su hija que le interpretase todo esto, porque le parecía un sueño. La joven, dotada de abundante perspicacia, cerró los ojos y anunció, conmovida, que el árbol no era Júpiter, sino la horca donde sería colgado, la lluvia mojaría su cabeza congestionada y el sol secaría su cadáver. Concluye Chaucer con su prosa directa: "La Fortuna siempre ataca a los prepotentes cuando menos lo esperan".