El camino para convertirse en un narcoestado
Por Carlos Manfroni / En la calle, donde el murmullo del trabajo se abre paso -herido, doliente, quebrado- contra el silencio impuesto del encierro, las sillas dadas vuelta de los bares parecen mástiles de banderas arriadas frente a un enemigo invisible. Tan solo la universalidad de ese adversario maligno y acechante contiene la repulsión que provoca en los pobladores el olor nauseabundo del despojo. Es el hálito que llega de los saqueadores cuando remueven los escombros de un terremoto entre los cuerpos aún calientes de las víctimas. El mismo rechazo, contenido, masticado una y otra vez, reprimido en silencio entre las cuatro paredes del confinamiento. Cada tanto la ira y el orgullo salen de la mano a las avenidas de las ciudades, de los pueblos, a las rutas, con los colores de la república. ¡No nos van a robar también esto! Pero saben que puede ocurrir.